Hace unos años me convertí en un escuchador cuando comprobé que no me prestaron una docena de minutos y dos orejas, que no me quisieron escuchar vamos. Desde entonces he intentado, aunque no siempre conseguido, tener mis orejas con la luz verde de los taxistas. Trabajé la capacidad de oír pacientemente a personas de ideologías y creencias muy diferentes a las mías. Escuché al pesado que nadie atiende, al chistoso, al aburrido, al triste, al divertido, al pedante y al imbécil, y entendí que cada vez que escuchaba a uno de ellos me estaba escuchando a mí mismo, porque todos nos vestimos con estos adjetivos en algún momento. Alguien dijo que si teníamos dos orejas y una boca era para escuchar el doble de lo que hablamos. Al escuchar te vuelves más justo en tus conclusiones, comparas las distintas versiones de un mismo hecho, porque anda que no cambia nada el cuento del lobo y caperucita feroz, cuando lo cuenta el primero o la segunda. Tuve una profesora de literatura, doña Conchita, que nos instruía en el arte de leer los periódicos de distinto signo político, igual con las cadenas televisivas. Leer El País y el ABC, Infolibre y el Ok diario; ver La Sexta y Trece TV, El Intermedio e Intereconomia…tener argumentos, información, base para poder crearte tu propia opinión. Pues lo mismo ocurre con las personas, si alguien te pide que le escuches, hazlo, o puede que cuando tú necesites ser oído, sólo puedas contártelo a ti mism@.
Manolo Martínez
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