Guardo como oro en paño esta
peseta de papel que mi padre ganó con 16 años, la misma edad que tiene hoy mi
hijo Ángel. Yo tenía entonces menos diez años, que eran los que me quedaban
para nacer. Con esta peseta podía comprar mi padre medio kilo de pan (0,33), 1
kilo de patatas (0,25), un kilo de carbón (0,25), y todavía le llegaba para
comprarse el periódico (0,10) Es decir que mi padre, a unas malas,
podía comer, poner una copa de cisco para calentarse, leer el periódico, y aún
le sobraba para echar en la alcancía (0,07).
Es
obvio que no estoy diciendo, Dios me libre, que en aquellos años se viviese
mejor, pero sí intentar digerir lo mal que lo hemos hecho los padres de hoy al pulsar
ACEPTAR cuando
nuestros hijos nos presentan lo que ellos consideran sus Bienes de Primera Necesidad.
Entre
esas necesidades "vitales" no aparecen alimentos, ni abrigo para el
frío, ni la esencial cultura básica (prioridad ineludible una vez llena la
barriga). En cambio, en todos sus requerimientos hay móviles de última
generación, contratos para que wiffi alcance velocidades de crucero y, antes de
que lleguen sus dedos a las teclas, aparezcan en la pantalla sus deseos, y poco
más.
Para
mi padre esa peseta significaba sudor de su frente, por lo que al gastarla
atendía lo elemental y luego, si sobraba, lo guardaba para cuando su frente no
pudiera sudar.
¿Está
en el vocabulario de nuestros hijos las palabras sudor (no el de los
gimnasios)?
¿Le
hemos inculcado a nuestros jóvenes el aprecio por el valor de las cosas?
Manolo Martínez
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