Las calles nacen, crecen y envejecen,
como las personas.
Carmona tuvo hace años su corazón
en la calle San Pedro. En ella latía el pueblo, y desde allí enviaba vida al
resto de la ciudad. En esa calle estaba todo. En ella llenábamos la barriga y
el alma. Casa Gamero y Carmelo nos calmaban el hambre, luego nos aliviábamos el
espíritu a pocos metros, en la Iglesia de San Pedro, a los pies de la
Giraldilla.
Comidos y rezados, sólo nos
faltaba pagar las letras (del coche seiscientos, de la lavadora Otsein, del
televisor Fercu...) El empujón para ello también nos lo daba la misma calle,
dónde estaba el Banco Central...y luego los
hijos. El colegio y los libros. Las libretas de una raya, las gomas de borrar
Milan, los mapas mudos...de todo nos surtía la inolvidable Imprenta Rodríguez.
Si nos quedaban unas pesetas libres, corriendo a buscar la diosa Fortuna en El
Chivo, una de catorce nos libraría de llevarle el queso y el pavo al director
del banco. ¡Que años!
Como nunca nos
tocaba la quiniela, ahogábamos las desdichas sin salir de la misma calle, dónde
nos esperaban el Mere, La Bodeguita y La Viuda.
Si antes de volver a casa
nos dábamos cuenta de que nos faltaba algún tornillo, íbamos corriendo a la
ferretería La Campana. Allí adquiríamos la mercancía para los chapuces y el
tabaco, que en todos los trabajos de antes se fumaba. Antes ya nos habíamos
pasado por las Hermanas Zayas que durante tantos años calentaron al agua de
Carmona y prendieron los fogones de las cocinas de nuestras madres con aquellas
bombonas naranjas.
Acabábamos el
año echando la carta a los reyes magos, bueno...a los reyes magos como que
no...era el siempre amable Paco Vago quien repartía sonrisas entre nuestros
hijos cada cinco de enero.
Las calles envejecen con nosotros y nos enseñan sus arrugas cuando disminuyen su actividad.
Manolo Martínez
1 comentario:
Por esa calle pasé yo cutro veces al dìa entre los anos 1.959 a 1.963, camino del Instituto Laboral Maese Rodrigo.
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