—¿Qué miras?
—Nada,
mamá, nada.
Quince años hicieron falta para que aquella visión de infinitas piernas subiera la escalera de la casa de Alfredito, se quitara la minúscula minifalda y…, se pusiera la bata de guatiné, tres docenas de rulos encima de la cabeza.
Cada tarde, a la hora de la merienda, Alfredo se asoma a la ventana buscando alguna minifalda, pero la de la bata de guatiné se pone detrás de él para atizarle en la nuca como hacía su madre, aplastándole el cigarro contra el cristal del balcón, mientras le increpa:
—¿Qué
miras?
—La vida, mi amor, la vida…
¿Qué extraño conjuro había ocurrido en la escalera de su casa para que, sólo con subirlas, su deseo se hubiese convertido en su pesadilla?
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