"La Boca della Verità" es una cara de mármol con la boca abierta muy visitada por los turistas en Roma. Cuenta su leyenda que si introduces la mano y dices una mentira, la boca te la cortará (la mano), de un mordisco.
Pero el embuste forma parte de nuestro paisaje, como las montañas y los valles. Cogemos una mentira, la engordamos y la tiramos al mundo para verla crecer. Y crecen y se reproducen en tal número, que uno se traga ya las mentiras como la comida del hospital, porque no hay más cojones.
La verdad, es que la verdad, no siempre interesa. A veces duele, como cuando te quitaban de un tirón el esparadrapo de la rodilla desconchada por jugar al fútbol en las calles de piedras pelonas.
A Galileo Galilei le despreciaron por afirmar que la Tierra giraba alrededor del sol, Darwin fue tachado de hereje por deducir que procedíamos del mono (hay evidencias que no soportamos) y a Martin Luther King le costó la vida difundir que éramos iguales, independientemente del color de nuestra piel.
La verdad nunca fue rentable. No así la mentira. Piensen en la Pandemia. Nadie ha tenido tanta fuerza durante ésta, como las “fake news”, ni siquiera el virus.
No hay más que oír la de majaderías que pregonamos a los cuatro vientos desde nuestros púlpitos, bares y redes sociales.
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