Yo tenía una casa a los pies de la iglesia de San Francisco, y en aquella casa, y en aquella iglesia, corrí más que viví, toda mi niñez.
Todas las tardes jugábamos al fútbol en la calle, y marcábamos goles mientras pasaban los coches rozándonos la taleguilla, y cuando castigaban al que traía el balón, jugábamos a las bolas, en la calle también, que entonces era de tierra como los caminos del campo.
Más de un día, en los que no había bolas ni balón, ni compañeros con los que jugar a “túlallevas”, me subía a la bardilla que había frente a la iglesia atravesándola de punta a punta con los brazos abiertos y los ojos cerrados.
Antes de que el sol se desperezara antes de dormirse detrás del campanario, le iba a mi madre por los mandaos a “Pastillita”, “la Papocha”, Pepita la del Arco o Pepita la de Marchena. Luego volvía a la calle, a los pies de la iglesia vieja de San Francisco, dónde buscábamos tesoros (monedas, insectos, trozos de lo que fuera) que se escondían entre las ruinas de la primera iglesia.
Yo tenía, y tengo, una casa a los pies de las dos iglesias de San Francisco, pero ya no es lo mismo. Ya no hago mandaos porque ya no están aquellas tiendas dónde nos apuntaban las ditas en papel de estraza.
Pero he encontrado un lugar dónde todo sigue en pie: las tiendas, los tenderos, la casera blanca con su capucha de papel y la niña a la que decía mi primo que me arrimara porque tenía mucho parné, y yo le decía que no la quería, pero él me insistía: “Manolillo, que el amor se gasta igual que se gasta el dinero”.
Manolo Martínez
Hazte seguidor, aquí abajo, de mi Tertulia "COMER, BEBER y HABLAR"
https://www.facebook.com/Comer-Beber-y-Hablar-1630331003941651
No hay comentarios:
Publicar un comentario