CARPE DIEM



Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.


miércoles, enero 01, 2025

¿QUIÉN ES ESTE TÍO?

Tengo claro que NADIE va a leer esto texto, por largo, hasta el final, por eso cuento tantas cosas íntimas en él.


¿Quién es este tío?, se pregunta el gafita mientras mira al dealao.

Soy tú, le responde el dealao. 

A pesar de tené la gafita empercochá, por la arenilla de la playa, le remiro y caigo en la cuenta de que es verdad, de que soy yo, en el pleistoceno, pero yo, el Manué, el hijo de José y María, el que convive con un Ángel, y un Pablo, como el de la conversión. Además nací un Jueves Santo. Pero, a pesar de tanta casualidad, no hay causalidad, porque de chico, dicen, que ni siquiera tanta coincidencia en la sacra nomenclatura, impidió que fuera más malo que un rajón. Buen estudiante, pero travieso, culillo de mal asiento. 

Esta presunta vanidad, la de escribir sobre mi mismo, obedece, más que a un absurdo exhibicionismo, a esa “necesidad”, que todos tenemos el primer día del año, de hacer balance primero, para proponernos después, un año más, una incumplible lista de propósitos que, además, son los de siempre. 

Y es que, después de 60 navidades, tengo la sensación de haberme pasado media vida remando a fuerza de latigazos, como Ben-Hur, sin importar la mano que en cada momento haya asido el látigo, a menudo era mi misma mano, la autoexigencia, intentando salir de cada día, como si cada día fuese una galerna, luchando contra todo para nada.      

 

Y quizás, por todo eso, me ha dado la picá, el penúltimo día del año, de irme a Cádiz para mirarle a los ojos al mar. La calma chicha de sus tranquilas olas me devolvieron la mirada, quedándonos quietos los dos, como dos chiquillos de quince años que se hacen ojitos. 

Luego, paseando por la Caleta, la Plaza del Mentidero, Calle Ancha, la Plaza de la Mina…., comprobé como, aquí, en Cái, la gente siempre anda despacio, vaya camino del trabajo o vaya al banco a pedir un préstamo. La vida transcurre lánguidamente, como los atardeceres a los que los guiris le aplauden en verano. Nadie corre cuando ve que el semáforo va a ponerse en rojo, se deja ir, ya vendrá de nuevo el verde. 

Y es que no se puede vivir siempre con el cuchillo entre los dientes. Hay que bajar la muleta, y templar al morlaco, cuando el morlaco te quiere cogé

Entre tanto, mientras me tomo la quinta caña en el Manteca, empiezo a entender que, a estas dos fotos no las separan años. Hay otros escalones, con el tramo y la contrahuella,  más altos que los años: las risas de los niños cuando eran chicos, los abrazos apretaos de los novios, los problemas, mayores y menores, la calidez de la mano de quien coge la tuya durante el camino, el sabor que te deja el adobo o el chicharrón de Cái, o el amargor del vómito, todo eso son los verdaderos escalones, no los años. 

¿Vanidad por escribir sobre mí mismo? Al contrario, la vanidad, casi siempre, es hija de la inseguridad

Manolo Martínez

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