Cogí la tapadera de la botella, se la puse de sombrero y empecé a girarla para enroscarla. Una vuelta… dos vueltas… tres vueltas… hasta cuatro vueltas le dí, pero no encajaba. Parecía que no cogía la muesca. El caso es que no podía cerrarla.
— Pero… ¿qué coño le pasa a esto?, murmuré en la soledad de las prisas.
La retiré y la miré por dentro, pero no ví nada que le impidiera abrazarse al cuello de ”La Asturiana”. Entonces empecé de nuevo a intentar atornillar la tapadera roja a la botella de leche semidesnatada.
Una… dos… tres… cuatro… cinco vueltas le dí y no había forma. Volví a sacarla y a meterla por tercera vez. Una… dos… tres… cuatro… cinco… hasta seis veces lo intenté. Ya no me quedaban diez minutos para llegar al trabajo, me quedaban tres. Me cago en “la leche”, nunca mejor dicho. “Estaría pa mí”, pensé.
De tan mala hostia me puse que estrellé el tapón rojo contra el suelo. Fue entonces cuando ocurrió. Ví que había otra tapadera. La azul. La que coincidía con el azul de la etiqueta de la botellita de leche. La cogí, la metí, di sólo media vuelta… y agarró.
Llevaba cinco minutos, los que tenía para llegar a tiempo al trabajo, intentando ponerle la tapadera del bote de Nescafé a la botella de leche.
Con lo bonita que es la vida… y en las tonterías que nos “atascamos”.
Manolo Martínez
https://www.facebook.com/Comer-Beber-y-Hablar-630331003941651/?ref=bookmarks
No hay comentarios:
Publicar un comentario