Hoy, trece de marzo, hace un año, pero parece que han sido treinta.
Aquel viernes trece de dos mil veinte fue el último día del mundo. Del
mundo tal y cómo lo conocíamos. Ya nada ha vuelto a ser igual. Y a pesar de que
solo hemos pisado un otoño caído de los árboles, no es mentira que al mundo le
han caído treinta inviernos encima.
La casualidad quiso que saltáramos de nuevo, juntos, al mismo tren en marcha, el último día del mundo. Luís García Montero, el mejor poeta vivo de España, le dedicó cuatro versos a nuestro salto, ¿hay mejor regalo?
Desde aquel viernes (y trece, vaya por Dios) sólo hemos visto florecer los
almendros una primavera, pero la memoria, como buena cotilla, insiste en que
han sido treinta las veces que nos hemos sentado juntos frente al verano.
Cuando supimos de aquella coincidencia, la de que el mismo día que nosotros abríamos de nuevo nuestras puertas, el mundo cerraba las suyas por mor de una pandemia, los dos nos miramos y nos dijimos sin decirlo: "Nosotros no hemos sido".
Manolo Martínez
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