La distancia entre el desengaño y la esperanza, entre la serotonina y el cortisol, es la misma que recorre tu mirada entre el careto de Chicote y el descote de la Pedroche.
Esa es la frontera que separa un año de otro, la que descose tu realidad de tus deseos, la misma linde que retira lo que has vivido de lo que te queda por vivir, la raya que divide lo conocido de lo velado, una simple uva, con o sin pepita.
No es el Everest. No tienes que escalar ocho mil metros para llegar del 2023 al 2024, ni siquiera tienes que cruzar a nado un océano para pasar de diciembre a enero.
Ese vasto desierto, lleno de arena y miedo, no es más que un tic-tac.
Un segundo, un tic-tac, la última calada a un cigarro, y la Pedroche, hacen que el tiempo en que has “cargado” tu esófago con doce uvas sin que lleguen al estómago, llegues a pensar que este año, que aún se está desperezando, te vas a comer al mundo.
Crucemos los dedos para que no sea el mundo el que nos coma a nosotros.
Manolo Martínez
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