Llevo demasiado tiempo viéndote triste, amiga mía.
Es como si vivieras dentro de una canción de Pablo Alborán, o peor aún, de Hilario Camacho que era más de nuestra quinta, y me duele saberte mal, porque tú eres todo lo contrario: alegre, vitalista, de tirar palante…
Delante de un café, ya frío, porque las lágrimas no te han dejado empezarlo, te quejas de que tú le das besos y él devuelve wassaps.
Decía García Márquez que animaba a aquellos hombres que habían dicho que deseaban a una mujer inteligente en sus vidas, a que se lo pensaran bien, porque las mujeres inteligentes toman decisiones, tienen deseos propios y cuestionan, analizan y discuten, no se conforman, avanzan.
Por tanto, seguía diciendo el escritor, que se pregunten esos hombres si realmente están hechos para encajar en las vidas de estas mujeres.
Los psicólogos le llaman de manera cursi, resiliencia, pero de toda la vida es aprender a extraer, de lo peor, lo mejor.
Muchas tardes se vestían de noche mientras hablábamos de las malas rachas, y siempre coincidíamos en que la vida era jodídamente corta, y que lo único que podía amagar esa insoportable verdad, era VIVIR.
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