Cuando el sol se va a dormir y tira de las sábanas para taparse, siempre se le quedan los pies fuera durante unos minutos. Son los últimos rayos del atardecer, que hasta que no lamen el mar y descubren el frío, no se encogen buscando el calorcito de la franela.
Con las dos luces apagadas, la del sol y la de la mesita de noche, repasamos lo hecho durante el día. Siempre nos atascamos en lo que no nos salió bien, y entonces, el desvelo nos coge por el cuello para no soltarnos.
Las noches no se hicieron para pasar los apuntes a
limpio de lo que escribimos en los días: el trabajo, las faenas de la casa, los
niños, el gimnasio que sigues pagando sin ir…
La cama se hizo para amar y dormir, pero nada más. Nadie es perfecto. Una vez hecho, hecho está. Hay que cerrar los problemas cuando cerramos los ojos, y despedirnos con un beso y el padre nuestro de Escarlata: "Mañana será otro día".
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