Dentro de veinte años, lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que sí hiciste. Así que, suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.
Lo que queda de la comida cuanto te levantas de la mesa es la sobra. Con las sobras creció una generación, la de nuestros abuelos, la de la
postguerra. Más tarde, con esas sobras se criaban en los pueblos, a los cerdos, las
gallinas y todo bicho viviente que tuviese estómago y patas.
Hoy, mientras nuestros hijos ven la última serie de Netflix en un móvil que
a menudo supera la nómina del padre, miles de niños de la India, Brasil y otros
países, recogen las sobras para sobrevivir. Y lo peor es la absoluta
indiferencia con que el resto del mundo civilizado les observa mientras
remueven la basura sin que se nos remuevan las tripas.
Circula por ahí un informe que asegura que con la cuarta parte de la comida que tiramos a la basura desaparecería el hambre del mundo, 800 millones de personas mueren por no tener acceso a nuestras sobras. ¿Qué hacemos rezando? ¿Qué le contamos a los santos cuando contemplamos esto? Un voto a quién intente aliviar esto vale más que un padrenuestro.
Lolita tiene muchas cosas buenas que llevarse a la boca, pero una de las
que más, su bacalao. Además, nos seduce con sus diferentes vestidos, a cuál más
ajustado a sus encantos. Desde su bacalao clásico al bacalao frito, pasando por éste que aparece
en la foto, el bacalao con papas. No hay nada como las recetas de toda la vida
en las manos y la cabeza de un joven chef de categoría como es Pablo García de
Lolita Fusión. Comida de antes con las maneras de ahora. Que hacer disfrutar a
los demás se convierta en tu profesión debe ser sólo para privilegiados.
Chapeau.
Cuando el sol se va a dormir y tira de las sábanas
para taparse, siempre se le quedan los pies fuera durante unos minutos. Son los últimos rayos del atardecer, que hasta que no lamen
el mar y descubren el frío, no se encogen buscando el calorcito de la franela.
Con las dos luces apagadas, la del sol y la de la
mesita de noche, repasamos lo hecho durante el día. Siempre nos atascamos en lo
que no nos salió bien, y entonces, el desvelo nos coge por el cuello para no
soltarnos.
Las noches no se hicieron para pasar los apuntes a
limpio de lo que escribimos en los días: el trabajo, las faenas de la casa, los
niños, el gimnasio que sigues pagando sin ir…
La cama se hizo para amar y dormir, pero nada más. Nadie
es perfecto. Una vez hecho, hecho está. Hay que cerrar los problemas cuando cerramos los ojos,
y despedirnos con un beso y el padre nuestro de Escarlata: "Mañana será otro día".
He vuelto a mi colegio cuarenta y cinco años después. Ha
sido al abrir mi wasap y ver esta foto. Está igual que cuando lo dejé. Con mis
dedos índice y pulgar estiro la foto y empiezo a buscarme. Seguro que estoy dentro
de aquel wasap: en clase, o castigado quitando los chinos del campo de fútbol
de tierra.
A menudo me asusta tanta tecnología. Esto de volver al
pasado y agrandarlo con dos dedos es pura magia, mejor que la Magia Borrás que
nos regalaban los reyes. Hablando de reyes, hemos tenido que ser muy malos este
año, porque no dejan de decir en los telediarios que los reyes, en vez de
traernos cosas, se las han llevado.
Intento ampliar más mi colegio y el descampado, por si
encuentro a mi amigo Paco Pepe y a mí riéndonos mientras malcantábamos en el
coro… y a Tony, a Paco, a Pachón..., y a don
Andrés… , ay don Andrés…, pero los dedos ya no me dan más de sí, y no puedo
seguir abriendo la foto, y con ella mi pasado. Cierro el wasap, pero quedan
abiertos en mi corazón aquellos años.
Este país no está hecho para los perros verdes ni para las ovejas negras,
hay que ser por cojones palomas blancas.
No es fácil ir contra la corriente, aguantar de pie la ráfaga de la
intolerancia y el empujón del insulto sin caerte y partirte la boca entre las
burlas de los ignorantes. No, no es nada agradable tener que dar explicaciones
porque piensas distinto, porque eres negro, porque te dejas rastras, porque
odias las chaquetas, porque eres homosexual, heterosexual o bisexual, porque te
gusta la comida china, porque estornudas, porque eres comunista, socialista o
animalista, porque te da igual la vida de los demás y sólo controlas la tuya,
porque…
…en fin, al final de una lista interminable de circunstancias que no son
más que opciones y elecciones personales, maneras de vivir, acabas entendiendo
que quienes esgrimen el látigo, los intolerantes, lo son por su incapacidad de
ser libres ellos mismos. Están presos de ese mal que es el PENSAMIENTO ÚNICO.
No son capaces de salir de su jaula. Se les va la vida meciéndose en un
ideario que va y vuelve al mismo sitio siempre, como el columpio de los
canarios, mientras escupen insultos como si fueran cáscaras de alpiste.
Dos cosas por si tuviste la mala suerte de tener que bregar con alguno de
estos:
Una, échale el brazo por encima, para no caerte del asco, y que de camino
piense que vas en el mismo barco. Al menos te dejará en paz. No es una solución
honesta, pero es práctica.
Dos, mándalo al carajo. No es una solución práctica, pero es honesta.
A treinta metros del ayuntamiento, la casa de todos, o
eso dicen, y frente a la iglesia del Salvador, la casa de todos también (tenemos casa por todos lados), un camino adoquinado nos da elegir entre hablar con Dios o comer y beber
como dios. Nuestros antepasados lo tenían claro ¿de qué vas a hablar con la
barriga vacía? Por eso optamos por entrar en Mingalario primero.
Es una taberna como dios manda, que para eso vive
justo en frente. Suelo de barro, barra de mármol y un cielo del que llueven
jamones. Entre el suelo y el cielo, un delantal con Antonio dentro. Nada más
pisar el albero Antonio nos bendice ofreciéndonos la gloria en forma de migas,
pavías, milhojas de carne mechá y queso de cabra o el santo y seña de la casa,
las pringaítas.
Buenos caldos despachan allí para que, en veinte minutos, nos hagan ver las cosas de otra forma. La manzanilla, el Beronia o la cerveza nos achica el problema y nos ensancha el horizonte. Con media conversación y otra media de jamón, ya lo vemos todo claro. La vida es Comer, Beber y Hablar. Trabajar no. Trabajar no es vivir. Hay que trabajar para pagar la media de jamón, y punto.
El reloj va más despacio en aquella cantina. Va como debe ir, al compás del…
- Llena aquí Antonio, esta ronda la pago yo
¡Que vista tuvo el que decidió construir, frente a Mingalario, el Salvador! Comidos y bebidos ya podemos hablar. Lo que pasa es que confundimos hablar con pedir. Nos pasa siempre. Pedimos más que hablamos. - Llena aquí Sergio, que Antonio está hablando.
Desde los tiempos de Maricastaña, cuando alguien tenía
una mala vida, por las razones que fueren, se decía que llevaba una vida de
perros. Nadie podría imaginar que algunos chuchos cambiaran su existencia hasta
alcanzar estatus ignominiosos.
Ni Heráclito, aquel que sostenía que todo en la vida
era un cambio constante, hubiese imaginado que hoy hubiese chihuahuas que
viviesen por encima de sus posibilidades, como hacen en los pueblos la gente
que llamamos de "media capita".
Comen a la carta, visten de marca, van a la pelu, y se
estresan, los perros digo, como nosotros, y como los de "media
capita". Es más, hay veces que uno piensa "...quien fuera perro":
sin problemas, sin obligaciones, sin hipotecas, sin tener que sonreír a cojones....
jodeeerrr..., digo…, ¡Guau!, o ¡Guadu!, si el perro es de "media
capita".
¿Qué nos queda por ver? Esperemos que muchas cosas,
pero por favor, tengamos dos dedos de frente, y que un perro sea un perro, no
una star system, ¡por los clavos de Cristo!, que nos hemos vuelto gilipollas.
Hoy hace diez
años que estuve en Narnia, el 10 de enero de 2010. Entré en ella como los niños
de la película, sin salir de mi nido. Sólo tuve que bajar la escalera,
atravesar la cocina y allí estaba. Narnia en el patio de mi
casa. Desde entonces no he vuelto a ir, no encuentro la entrada para
volver. Ahora, con enero en mi casa, miro a diario en mi patio, pero nada. De
cuando en cuando entro en los roperos, porque recuerdo que los protagonistas llegaron a ella a través de una puerta escondida detrás de la ropa
colgada en uno, pero tampoco consigo pasar a través de ellos al reino de
Aslan. Sé que la nieve es una presa muy codiciada en estas fechas, pero de ahí
a ni un poquito siquiera después de diez años...
Mientras me tomo
una cerveza en el bar del barrio me dice un gracioso que si lo que quiero es nieve, que
al bajar la cuesta de Fuentes Viñas, en la esquina, pegado al antiguo Flody,
Pedro me vende toda la que quiera. ¿Es verdad eso, Pedro? Acuérdate que somos
de la familia...
Un mes, treinta días que ahora caben en un recogedor. Durante cuatro
semanas desmontamos nuestra casa y nuestros hábitos, para dejar que entre la
navidad. Nos falta salirnos de la cama para cedérsela, como hacían nuestros
padres cuando venían los familiares lejanos. El día siete de enero coges la
escoba y empiezas a barrer la navidad. En el primer escobazo recoges los pelos
del árbol, que ya tiene una edad y la alopecia lo está castigando. El año que
viene compramos otro, o lo llevamos a Turquía.
Él animo se te arruga cuando vas haciendo un montoncito al barrer, dónde se
mezclan, con las pelusas de debajo del sofá, las voces de los niños cantando la
lotería, la nochebuena con Raphael (que es un holograma, imposible que sea él).
… y sigues echando en el recogedor: las calles iluminadas, los polvorones
de limón que nadie quiso, las pelis de navidad, el buen rollo, las campanadas,
Chicote (perdón, por Dios, qué miedo..., quise decir la Pedroche), los reyes, los juguetes, la cara de los
chiquillos que se vuelven locos, como nos pasaba a nosotros, con cualquier
cosa, con ná…con dos videojuegos que se llevan la nómina de diciembre…si es que
es un día al año (qué bien los estamos criando…)
…verás cuando la novia le diga ¿esto me vas a regalar por el aniversario? ¿Un
anillo de oro viejo? Hasta luego Lucaaaarr…
Ya cuento, como los rocieros, los días que faltan para la próxima navidad,
364,363,362…
Sé que me estoy haciendo viejo porque cada vez pienso más como lo hacía mi
padre.
Si ustedes observan el fotograma que acompaña a este texto y les revelo que
es el momento previo a la ejecución de un condenado a pena de muerte, ¿quién
dirían ustedes que es la persona que va a ser justiciada?
Todos señalaríamos al señor que se está cayendo y al que sujetan dos
policías. Salvo que reconociéramos que la escena pertenece a la película de Berlanga, “El Verdugo”, y entonces supiésemos que el malhechor va oculto
en el grupo de delante. Al que llevan a rastras es el verdugo, el mismo que debe ejecutar a garrote vil al que no vemos porque va escondido entre el cura y los funcionarios de cárcel.
Ese verdugo que se arrastra incapaz de matar no es un cobarde, era mi
padre, y ahora soy yo, y ruego a Dios que el día de mañana sean mis hijos,
porque ello significará que estarán inhabilitados para hacer el mal, aunque el
reo sea esta puta sociedad que autoriza y da licencia para matar a locos como
Trump, elegidos democráticamente. No confundamos la bondad con la
cobardía. Cobarde es el que mata, nunca el que se niega a matar.
Estoy seguro de que Berlanga y mi padre compartieron
cañas en algún momento, en algún lugar. Posiblemente lo hicieran en la nube
quinta, en la que suelen sentarse los que son diferentes porque no piensan
igual. Discreto, como siempre, mi padre nunca me habló de ello, ni falta
que hizo. Siempre lo supe.